Si los gorros rojos supieran escribir, sus biografías tendrían un solo mensaje: «Vivir para luchar, luchar para teñir tu gorro de rojo». Parte del caos de especies feéricas de Fiorterre, estas criaturas belicosas no pueden mentir, pero compensan esa falta con su capacidad para tocar el hierro y así cortar en rodajitas a cualquiera que se les cruce. Su pasatiempo favorito es empapar su gorro con la sangre de sus enemigos, lo que, según rumores, les otorga vitalidad. ¿Magia oscura? ¿Una excusa para llevar la cabeza bien decorada con el color de moda? No está claro.
A diferencia de otros feéricos violentos, como los trasgos o los duendes, los gorros rojos no solo son más grandes y fuertes, sino también más inteligentes. Pero no nos engañemos: siguen teniendo orejas en punta, piel pálida o verdosa, dentaduras de pesadilla y garras perfectas para desentrañar enemigos… o para destrozar camas, según el nivel de autocontrol de cada uno.
Durante la Colisión, los gorros rojos casi se extinguieron. Según las hadas (y ya sabemos que no mienten, solo adornan), se lanzaban al campo de batalla sin medir consecuencias, y que los reyes con más de ellos en sus filas siempre vencían. Claro que, cuando la mitad de tu ejército tiene complejo de suicida, la victoria viene con daños colaterales. También es muy probable que no se vean gorros rojos en Gaudia debido a la extensa devoción a las diosas y señoras, ya que su poder disminuye en presencia de la fe.
Un miembro destacado de esta especie es Durián, el Señor del Crúor.